Cuando decimos que nuestra alma está abatida y
turbada, nos referimos a que está sometida a un estado de tristeza mayor,
conocido como depresión, donde la persona se siente desesperada, sin esperanza,
frustrada, fracasada, como dentro de un “callejón sin salidas”.
¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera
en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. Salmos 42:5
El asunto no es, que no puedas experimentar
tristeza, sino que no permitas que ella controle tu ser.
Cuando el rey David escribe este Salmo, se
encuentra en un momento difícil, sumergido en una profunda lucha personal.
Describe su condición diciendo “fueron
mis lágrimas mi pan de día y de noche”, con toda franqueza, el salmista
declara: “Dios mío, mi alma está
abatida en mí.”
Para nosotros, la tristeza o depresión es
inconcebible en los Cristianos, nos preguntamos ¿Cómo una persona hijo/a del
Dios Todopoderoso, puede llegar a estar deprimido?, es por ésto que con frecuencia
nos presentamos a los demás como invencibles y valientes; reflejando una vida
triunfante, para convencer a los demás de que estamos en victoria en Cristo.
Pero, la verdad es que la vida nos pasa por
situaciones que nos llevan a experimentar todo tipo de emociones y sentimientos
que son propios de los seres humanos. En la
declaración que hace David, podemos observar la sincera
expresión de sentimientos, con los cuales muchas veces tú y yo hemos luchado;
incluso hasta el mismo Jesús, en un momento libró una fuerte lucha con éstos
sentimientos, cuando sabía que tenía que morir, confesó a sus discípulos: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte;
quedaos aquí, y velad conmigo.” (Mateo 26.38)
El problema no está en experimentar éstos
sentimientos, ellos son la reacción de nuestra alma, frente a situaciones
adversas y tristes; normales en cualquier persona.
El problema está en permitir que nuestros
sentimientos sean los que controlen nuestras vidas. Es precisamente en esto que muchos de nosotros caemos.
Cediendo frente a los sentimientos de abatimiento,
angustia, tristeza y desánimo, lo que nos lleva a abandonar la oración, el ir a
la iglesia y nuestra relación con Dios, lo cual produce mayor tristeza o
depresión.
Nuestros sentimientos son inestables, cambiantes y
poco confiables. Pensemos en todas las cosas que tenemos que hacer cada día y
que no podemos depender de nuestros sentimientos para cumplir nuestras
responsabilidades. El sólo hecho de salir de la cama cada mañana implica una
enorme batalla con nuestras emociones. Sin embargo no hacemos caso de lo que
sentimos, y sacamos los pies de la cama de todas formas.
El salmista, conocía el gran riesgo que corría si
permitía que sus sentimientos dirigieran su vida, y él mismo se confronta con
firmeza, diciéndose: “¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro
de mí?” un instante después, con voz de autoridad y firmeza le dá una orden:
“Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.” Esto es
imponer los principios eternos de la Palabra de Dios sobre los sentimientos y emociones
del momento.
Como el hombre o la mujer que Dios ha llamado,
usted tendrá muchas veces que ser ejemplo de disciplina en el Señor, y
declarar lo que dice el salmista en el verso 8 del capítulo 42: “Pero de día mandará Jehová su misericordia, y
de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida.”
Fuente: Plácida Espinal Reyes (Psicoloca Clinica)
No hay comentarios:
Publicar un comentario